El golpe
1
Parte uno
Incertidumbre y tranquilidad.
Jamás imaginé que esas dos palabras podían llegar a hacerse amigas. La
corazonada de que voy por el camino correcto es tan fuerte que la oigo claramente,
como a la batucada de la plaza cada domingo. Veintinueve años escuchando: “No
hagas esto”, “Hablá más bajo que te van a oir los vecinos”, “¿Empanada de caprese?
¡Pedí de carne!”, “Lo mejor va a ser que estudies algo que te dé plata”, “¿No
te querés casar?”. Si tenía algo en común con el nene de Sexto sentido era que
vivía escuchando gente muerta.
Años atrás creía saber de qué se
trataba la palabra “transformación”. Si hubiese presenciado una conversación
sobre este tema, estoy segura de que habría sido capaz de opinar y hasta de dar
una clase magistral con mi pedantería de los veinte. Agradezco que eso no haya
sucedido, ya que tendría en mi haber la situación más bochornosa de mi vida (después
del día que llevé lomo al cumpleaños de mi amigo Álvaro, el vegetariano).
El verdadero significado de la
transformación lo conocí cuando la experimenté. Aunque creo que es inútil
explicarlo, ya que en nada se ve mejor como en los hechos, intentaré ponerlo en
palabras.
¿Qué tal? Fidelina.
Mucho gusto.
¿Qué tal? Fidelina.
Mucho gusto.
Parte dos
Era un día de abril. Los sentidos
se me entumecieron cuando Alba, la vecina más chusma de mi edificio, apareció
en la puerta de mi casa.
Ella sabía cada acontecimiento del barrio: por qué Néstor y Beatriz, la pareja del 3° C, se separaron; qué fue lo que provocó el síncope del empleado de la verdulería; y hasta contaba con entusiasmo lo que había ocurrido con la mascota de la hija de la portera del edificio de enfrente. Alba era mejor comunicadora que muchos periodistas recibidos. Con el tiempo fue perdiendo la audición, y luego de su partida a Madariaga todo el edificio comenzó a comprar el diario.
Ella sabía cada acontecimiento del barrio: por qué Néstor y Beatriz, la pareja del 3° C, se separaron; qué fue lo que provocó el síncope del empleado de la verdulería; y hasta contaba con entusiasmo lo que había ocurrido con la mascota de la hija de la portera del edificio de enfrente. Alba era mejor comunicadora que muchos periodistas recibidos. Con el tiempo fue perdiendo la audición, y luego de su partida a Madariaga todo el edificio comenzó a comprar el diario.
Un domingo, nueve años atrás, me
estaba preparando para ir a lo de Maite (una ex amiga a quien luego le dedicaré
unas líneas) y escuché los golpes del bastón de Alba en la puerta de mi casa.
Hacía dos semanas que el timbre no funcionaba, la administración no lo
arreglaba, y por supuesto que Alba lo sabía.
Lucía, mi
hermana, estaba mirando los dibujitos, mi papá se había ido a pescar a
Chascomús y mi mamá estaba en el cumpleaños de Roxy, su prima adorada. Tardé
unos minutos en llegar a la puerta, los golpes no cesaban y había empezado a
inquietarme. Miré por la rendija y, tal como lo había predicho, allí estaba Alba.
Tomé el picaporte y abrí. Diez centímetros más arriba de su joroba, la
cara desfigurada de la anciana me miraba con muchas más arrugas que de
costumbre.
Se me revolvió el estómago y
sentí que cargaba algo mucho más pesado que un chisme.
Cada semana revivo una y otra vez
ese instante en el que todo se derrumbó para volver a construirse. Recuerdo que
mis oídos se paralizaron como si estuviesen incapacitados para seguir con su
tarea. Mi boca se congeló. Mis manos experimentaron una especie de Parkinson y
mis ojos quedaron escondidos detrás de una cortina de agua.
Somos una especie indeseable y
calculadora que necesita de golpes devastadores para replantearse el sentido de
la existencia. Si supiéramos que pronto se termina el mundo, se saturarían las
líneas telefónicas por la cantidad de personas confesándose su amor.
Intento volver al pasado, como si fuese otra dimensión, para poder
detallarlo de la forma más nítida posible. Y entonces recuerdo en slow motion la voz de
Alba cuando me dijo: “Tu papá tuvo un accidente, la policía está...”.
Cerré la puerta en su cara, como
la vida la estaba cerrando en la mía.
Las oraciones esconden un
subtexto, y si sabemos interpretar bien, aparece.
No necesitaba que nadie me lo dijera. En
ese momento supe que no iba a verlo nunca más.
Sos una genia!!! Quiero más por favor...
ResponderEliminar😍 gracias Emi!
EliminarGenial!! Los domingos ya no van a ser lo mismo, ahora tienen la esperanzada espera para leer alguna de tus líneas!!!
ResponderEliminarLos Domingos tienen otro color para mí también.😍 Beso enorme linda
EliminarMe encantó! Me quedé con ganas de leer mas!
ResponderEliminarSos grosa sabelo!
Vamos!😍🙌iujuu
EliminarHermoso💜 Esto es lo que amo de la escritura, se puede plasmar lo que sea y aún así transformarlo en belleza. Abrazo!
ResponderEliminarGracias Valen! Nos vemos el Domingo en otro capítulo! Beso grande =)
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