Sin experiencia

9

Mi primer trabajo lo conseguí cuando egresé de la secundaria. Imprimí veinte currículums “sin experiencia” y me fui a caminar por la calle Santa Fe. Me quería ir de vacaciones con mis amigas, pero eso dependía de poder pagar mi parte del alquiler. Me llamaron de tres locales: uno de zapatos para hombre, otro de accesorios y otro de ropa femenina. Fui a las tres entrevistas, con el objetivo de detectar cuál sería la opción menos explotadora. No pude encontrar diferencias. Finalmente me decidí por el de ropa, ya que tenía algunas ventajas (entre ellas, quince minutos más de almuerzo) y porque, a simple vista, la encargada parecía tener algo de bondad. Trabajé un mes, por las Fiestas, pero pareció un año entero. Los días no tenían fin. Me paraba al lado de la mesa del medio a esperar que la gente entrara, y entonces la encargada, con su particular voz, empezaba: “No estés quieta”, “doblá la ropa”, “acomodá las perchas”. Incluso cuando ya no había nada más que acomodar, teníamos que actuar que hacíamos algo. No podíamos tomar mate ni té, y comer, menos que menos. Aún no había desarrollado con entereza mi sentido del humor, así que cada día ahí adentro era una tortura.Había clientas de todo tipo salvo amables. Nueve de cada diez directamente eran forras. Una señora con cirugía de pómulos me pidió ayuda para sacarse la remera que se había probado y se enojó porque “le despegué” la gasa que tenía en la cara. Otra mujer, a la que no le entraba el vestido, me revoleó la ropa. Otra me pedía todo lo que había en el local, ocupaba un probador durante tres horas y después no llevaba nada.
Pero la que más me gustaba era una que entraba a ver ropa todas las tardes, preguntaba todos los precios y se iba. Mis compañeras decían: “Ahí viene ‘Púrpura’, ¿quién la atiende?”, y desaparecían. Entonces la atendía yo. Una tarde, como para cambiar un poco la rutina, le pregunté:
—¿Su nombre es...?
—Neli —respondió.
—Aaah, qué lindo nombre —le contesté mirando el saco púrpura por el que la habíamos apodado.
—Le gusta mucho venir a este local, ¿no?
Me intrigaba que entrara todas las malditas tardes para preguntar lo mismo.
—Sí, me gusta. Vivo cerca, salgo a dar una vuelta para no quedarme en mi casa sola. Pregunto los precios para hablar con alguien... Estoy medicada.
Mi garganta se cerró. No supe qué decir.
—¿Y su familia?
—Vivo sola, a dos cuadras, en Riobamba. Hijos no tengo, solo una hermana que vive en Estados Unidos.
—¿Y no pensó en irse a vivir allá con ella?
—No nos llevamos tan bien, y además vive con su esposo, que no me gusta. No me llevo bien con ninguno de los dos.
No sabía qué decir ni cómo incentivarla.
—Está linda esta temporada, ¿no? —dije como quien habla del clima para esquivar el silencio. Estas remeras están de oferta y en estas blusas hay dos por uno.
—Sí, pero con todos los remedios que tomo no me queda plata para comprarme ropa.
“Es por eso que siempre se pone el mismo saco”, pensé. “Y el pelo tan desarreglado, con frizz. ¿No se mirará al espejo antes de salir?”. Mi cabeza hablaba en modo prejuicio.
—¿Y si se compra un gato?
No recuerdo una mirada más fulminante como la que me regaló Púrpura en ese momento.
—Tenía uno, se me murió hace dos meses.
Silencio
—Bueno, la dejo que mire tranquila. Cualquier cosa que necesite, me avisa —le dije como queriendo escapar de ese lugar en el que yo misma me había metido.
A veces, no estamos preparadas para afrontar el dolor propio, mucho menos el ajeno.
Me di vuelta y me puse a acomodar las perchas —ya acomodadas— rogando que no me preguntara ningún precio, y pensando en que en una semana me iba de vacaciones. Me faltaban empatía y creatividad, pero no me juzgo: era una piba, quería irme de joda con mis amigas. Hoy cambiaría una pizca de empatía por un poco de joda.
Una mañana llegué tarde al local, y como “castigo” me hicieron limpiar el baño. Me sentí "la Cenicienta contemporanea". Nunca había limpiado un baño, Elvira siempre me mantuvo lejos de todas las tareas del hogar. Si en la entrevista me hubiesen aclarado esa regla, habría ido a trabajar a Todo Moda. Así que mi primera reacción fue irme, pero respiré hondo, me puse los guantes y traté de pensar en algo que me motivara (como ese pibe del CBC con el que salía, o la cerveza que me iba a tomar en cuanto pisara la calle). “Por lo menos no tengo que atender”, pensé, y en poco tiempo me amigué con mi nueva tarea: “Esto no está tan mal”. Limpié y fregué lentamente, con toda dedicación, tanto que ya habían pasado tres horas cuando me golpearon la puerta.
—¿Ya está? Son las 3, entraste a las 12 —dijo la encargada, con aires de Susana Giménez.
—Sí, ya casi.
Recuerdo que, cuando salí del baño, sonaba Dread Mar-I a todo volumen. Me sentí feliz, había limpiado un baño por primera vez y mis manos no se habían desintegrado. Hacer algo por primera vez me da miedo desde que tengo uso de razón, pero cuando veo que lo puedo hacer siento un gran orgullo.
Nunca entendí qué les pasa por la cabeza a algunas encargadas: te tratan despectivamente, como si la empresa fuese de ellas, como si un poquito de poder les hiciera olvidar que son las primeras de las explotadas.
Tampoco entendía a mis compañeras, que se peleaban por quién vendía más y se tacleaban para atender a las clientas.
Ni a los dueños del local, que ponían a la venta la ropa que meses antes nos habían dado para que la usáramos de uniforme.
Aguanté exactamente un mes en ese local con el fin de irme dos semanas a Mar del Plata a vivir las que fueron las mejores vacaciones de mi vida. Pasan los años y sigo volviendo con la mente a esas noches cuando no tenía más obligaciones que tomarme un Gancia, coger, planear fiestas y reírme sin parar.
Ninguna de las chicas que compartieron conmigo aquel mes sigue trabajando en ese local, pero cada vez que paso por la puerta entro y simulo que miro las remeras, esperando que entre Púrpura a preguntar los precios. Ahora sí quiero ofrecerle mi oído.
Con el tiempo comprendí que lo peor que le puede pasar a una persona no es tener que limpiar un baño, sino no tener a nadie con quien hablar.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Una dosis de dolor

Game over Frida

El juego de la energía