Maldita piel

12

Un año y medio atrás viví una historia de amor intensa, de esas que una desconoce cómo es que llegan a convertirse en lo que son. Aquella historia nunca logró reunir los requisitos para ser una relación con “título”: no cruzó la barrera familiar, tampoco alcanzó la aceptación de mis amigas; no había una estructura sólida, no seguíamos rutinas ni hacíamos actividades de pareja. Y lo más significativo: no había sentimientos recíprocos. Todo esto me generaba descontento, pero a pesar de estar disconforme, duró casi un año. Y eso me hizo cuestionarme: ¿cómo pude estar durante tanto tiempo en un lugar que no me resultaba confortable? Si lo único que teníamos era piel. Nada más y nada menos. Eso era todo que me podía dar. Había empezado bien, mentalizada en que fuera una especie de hobby, algo ocasional, ostentando una actitud canchera, como de “perreo” hacia la vida. Luego no sé qué me pasó, pero de pronto se había convertido en mi actividad principal. Dejé de tener control y, encima, negaba esa realidad. “No me importa que no me conteste. Lo veo solo para pasar el tiempo”. Lo cierto es que nadie ve a alguien más de diez veces solo para pasar el tiempo. Cuando hablaba con alguna amiga me hacía la superada, pero por dentro no veía la hora de que me llegara un mensaje de él. Parecía esas personas que fuman hace diez años y dicen que no son adictas. Nunca le había dado tanta importancia al celular hasta que lo conocí. Él había despertado en mí el deseo de ver titilar la lucecita del teléfono a cada rato. Ese vínculo me llevó de “la antitecnología” a la “celudependencia”. Me hizo entender a mis amigas, a las que tanto les criticaba su vicio. Cuando me juntaba con ellas, mientras en una mano tenía un vaso de cerveza, la otra estaba cerca de mi bolsillo, atenta a si el teléfono vibraba.Una noche Antonella, la más honesta de todas, me dijo: “¿Qué te pasa? No te reconozco”. Y tenía razón. Y aunque seguí haciéndome la sota lo más que pude, esa pregunta todavía me resuena. Yo tampoco me siento orgullosa cuando pienso en aquella Fidelina, pero logré aceptarla para poder sanar esas cuestiones. A él lo conocí en un bar. Había ido sola, a tomar un jugo, y él era el mozo. Me preguntó qué quería y, también, si esperaba a alguien. Y en cuanto le contesté que estaba sola me convertí en una presa fácil. No voy a decir su nombre porque prometí que nunca más lo nombraría, pero lo apodé el “Inconsciente”. (Eso fue luego de evaluar la larga lista de sobrenombres que se me habían ocurrido, como “Forro de Mierda”, “Hijo de Puta” —puteada que me gustaría erradicar—, “Sin Huevos”...). “Inconsciente” es menos hiriente. Creo que no es necesario aclarar que yo era responsable de la situación porque la aceptaba. El “Inconsciente” jamás se enteró de todos los monstruos que despertó en mí. Era de esas personas a las que la vida les pasa por un lado y miran hacia el otro, como “despistados” con lo que no quieren ver. En algún momento pensé que yo estaba empezando a ser alguien importante para él y que conseguiría ese título que tanto me gusta: el de “salvadora”. Fue cuando empezamos a acariciarnos toda la noche y a hacer el amor en todas las posiciones. Él fue la mejor escuela de kamasutra para mí. En esos encuentros dejábamos de ser una chica disconforme y un pibe fumado y nos convertíamos en dos actores porno experimentados. Pero después del orgasmo reaparecía su indiferencia. Sin embargo, yo me sentía tan plena que podía morirme ahí mismo. Tengo el recuerdo de estar en el telo, mirándome en el espejo del techo mientras sonaba una canción de Jorge Drexler; escuchar sus ronquidos y pensar: “No me puede gustar tanto este pibe”. Tantas veces reviví el momento en el que vi que había anotado su número de teléfono en el ticket del bar, y la tarde en que, con el apoyo de Antonella, decidí escribirle. Fue una decisión difícil. Aunque soy extrovertida y mandada, me costó tomar la iniciativa. Y unos meses después no había quien me despegara. Tener piel con alguien es como pegarse con La Gotita.
Nos veíamos mucho, entre una y tres veces por semana. Creo que dejé un aguinaldo completo en esa relación. Incluso pensé en vender un anillo de mi abuela una noche en que ninguno de los dos tenía un peso para ir al telo.Seguimos así un buen tiempo, hasta que un día empecé a necesitar algo más. Una charla, un abrazo, un “te quiero”. Y entonces las cosas se complicaron. Creo que si hubiera sido por él, habríamos seguido eternamente en el mismo lugar: en la banalidad del sexo. Cada tanto hacía algún comentario sobre su vida, pero cuando yo intentaba abrir más la puerta, él se arrepentía y hacía un chiste para salir de donde se había metido casi sin darse cuenta. Yo tenía muchas ganas de conocerlo, le preguntaba cosas. Pero a lo sumo me contaba que salía con los amigos o alguna historia relacionada con clientes del bar. Y a mí esas cosas no me interesaban. Lo que quería escuchar era qué le pasaba conmigo, y no me animaba a preguntárselo. Aunque tenía experiencia con chicos, nunca me había cruzado con uno tan astuto en el arte de esquivar temas profundos. Gambeteaba al amor como un campeón.Una tarde les dije a mis amigas que no podía más. Antonella me dio manija: “¿Qué tiene de raro que le preguntes lo que siente después de ocho meses de relación? Peor es que siga avanzando y te deje de pronto”. La verdad es que tenía razón. Otra vez.Nos encontramos en el telo, como casi todos los viernes. Y cuando me empezó a sacar la remera, respiré hondo y se lo pregunté:

¿Qué te pasa conmigo?
La tensión sexual se diluyó de pronto. Me miró achinando los ojos. 

¿Por qué me preguntás eso ahora?
Porque este es el único momento en que nos vemos. Contestame, ¿te pasa algo conmigo?
—Me gusta estar con vos, nada más.
—¿Qué es “nada más”?
—Que nada... —hizo una pausa—. Estoy saliendo con alguien.
Me petrifiqué.
¿Hace cuánto?
—Hace unas semanas. Pero creo que ya me enganché.
—¿Y qué hacés acá conmigo?
—No sé. Tu piel.

Me puse la remera y me fui. Si hubiera podido, me habría arrancado la piel.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Una dosis de dolor

Game over Frida

El juego de la energía